Robado mes de abril.

Recuerdo perfectamente mis quince años y de eso hace ya veintinueve. Lo tengo muy presente en la memoria porque fueron unos años muy intensos de disfrutar y de despertar a la vida con la frescura y la sencillez que tiene la vida a esa edad. En ese momento lo importante era mucho más que pasarlo bien y estudiar, fue época de descubrir la amistad, la libertad y el amor, con todo lo que eso significa de explosión intensa de sentimientos por estrenar. En fin... como para poder escribir otra entrada en el blog.

Ayer me encontré con una chica, apenas una niña dando sus últimos pasos en la infancia, empujaba un carrito con un niño de seis meses que lloraba y dormía a ratos. Ella tenía dieciséis y el padre de la criatura quince.

Abrí los ojos como platos, mil ideas y sentimientos se me atropellaban en la cabeza, intente poner un poco de calma en todo lo que estaba  sintiendo y observando. La situación me estaba superando. Toda mi formación, mi experiencia profesional, mis estudios iban quedando arrinconados por una oleada de impotencia, tristeza, rabia y mala leche. Notaba que si no mantenía la calma, de mi iba a salir lo peor en forma de reproches y culpabilidad. Tenía que controlar mis pensamientos para no ser una piedra más que les cayese encima, para no juzgar, para comprenderles, para ponerme en su lugar y en el de sus padres, para escuchar su silencio... porque estaba viendo su vida truncada, les veía caminar a partir de ahora en el filo de un precipicio, veía sus días de necesidades y privaciones, veía a ese niño durmiendo y  su vida en manos de dos niños perdidos y desorientados que son sus padres.  Padres que no saben de la vida, de su vida y tienen la responsabilidad de cuidar, alimentar y educar a un hijo. Qué duro para ellos y para ese otro pequeño que nos observaba mientras hablamos.

Mientras conducía a mi casa solo pensaba en mis quince años y en sus quince años perdidos para siempre. Tendrán otras oportunidades y otros momentos pero no sus quince años para ir descubriendo la vida a pequeños tragos. La dureza de la responsabilidad les ha caído de golpe sobre unas espaldas y unas cabezas demasiado frágiles para poder sostenerla.

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