Libertad

 

Todos los pájaros huyeron de sus jaulas,

llenaron de colores el cielo.

Las ruedas de los hámsteres dejaron de girar

y el runrún se hizo silencio.

Los collares de los perros quedaron colgados en las entradas de las casas,

y las cadenas arrastrando en cada una de las casetas de los jardines.

 

Se abrieron los portones y salieron los corderos con sus madres.

Las gallinas apresuradas y tambaleantes,

escaparon a picotear lejos del gallinero.

Como una brisa nueva, la libertad se sentía en el aire.

 

Se desprendieron pensamientos oxidados de las cabezas.

Se desataron latidos nuevos en los corazones.

Sobraron corbatas, tacones y ropa planchada de domingo.

 

Quedaron abandonados los miedos,

las costumbres sin sentido,

los duelos sin curar,

los “esto se hizo así siempre”.

Las creencias limitantes se esfumaron.

Quedaron aparcadas las resistencias internas.

Los temores al futuro se alejaron.

Los “¿qué van a pensar?” pasaron a ser “me importa una mierda”.

Los “no vas a poder” quedaron en “lo intento”.

 

Y así, la libertad, aquella mañana de sábado,

recorrió el mapa como un anticiclón amable.

Y se llevó los límites, las limitaciones,

las condenas internas, los juicios y los prejuicios.

Solo quedo una lluvia fina que calaba más allá de los huesos.

Fue la libertad quien se quedó pegada para siempre en la superficie de las cosas,

se acomodó entre aurículas y ventrículos,

recorrió la red de venas y arterias,

se filtró en lo profundo de órganos internos,

ocupó cada pliegue de los cerebros.

Jamás el mundo volvió a ser el que era.